En Europa, un 75 % de la población reside en los núcleos urbanos y más del 80 % de la superficie del continente está urbanizada o destinada a las infraestructuras de transporte. Esto se traduce en que una parte importante del territorio esté fragmentada (aproximadamente, un 30 %), lo que conduce a que los ecosistemas y sus funciones se vean afectadas. Esto también influye en su capacidad de suministrar hábitats sanos para las especies y otros recursos naturales esenciales para sostener la actividad económica.
La Comunicación de la Comisión Europea sobre «Infraestructura verde: mejora del capital natural de Europa» se refiere a la infraestructura verde como la «red estratégicamente planificada de espacios naturales y seminaturales y otros elementos ambientales diseñada y gestionada para ofrecer una amplia gama de servicios ecosistémicos. Incluye espacios verdes (o azules, si se trata de ecosistemas acuáticos) y otros elementos físicos en áreas terrestres (naturales, rurales y urbanas) y marinas».
La infraestructura verde es una herramienta de eficacia contrastada que aporta beneficios ecológicos, económicos y sociales mediante soluciones naturales, al tiempo que ayuda a comprender el valor de los beneficios que la naturaleza proporciona a la sociedad.
El documento de la CE representa la base de la Estrategia de la UE sobre Infraestructura Verde, diseñada para contribuir a conservar y mejorar nuestro capital natural. Por su parte, la Estrategia Europea de Biodiversidad 2020 también incluye entre sus objetivos el «mantenimiento y mejora de ecosistemas y servicios ecosistémicos no más tarde de 2020, mediante la creación de una infraestructura verde y la restauración de al menos un 15 % de los ecosistemas degradados».
Ante este desafío, no solo los planes municipales sobre gestión del territorio son cruciales para establecer directrices y propuestas de acción que redunden en el mayor beneficio ambiental posible, sino que el tejido empresarial también tiene mucho potencial que aportar en este ámbito. Su contribución a la mejora del capital natural puede ser muy significativa, si en la planificación del diseño de sus entornos empresariales e industriales adoptan un enfoque integrado basado en la sostenibilidad.
Algunas medidas en este sentido son el impulso de la conectividad entre las zonas verdes, lo contrarresta la fragmentación del territorio, y de la permeabilidad del paisaje. Esto favorece la dispersión, migración y movilidad de especies, si se establece un uso del suelo respetuoso con el medioamiente. Otros ejemplos consisten en favorecer la retención de agua, la mejora biológica del suelo y la identificación de zonas multifuncionales, en las que se favorezcan unos del suelo compatibles que apoyen unos ecosistemas sanos y biodiversos frente a otras prácticas más destructivas.
Las Metas de Aichi del Convenio sobre la Diversidad Biológica hacen un llamamiento explícito a las empresas como actores esenciales para frenar la pérdida de biodiversidad e impulsar el cambio de dirección necesario para transitar hacia un mundo más sostenible.